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"Turcos en la niebla": una novela necesaria.

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A los novelistas cubanos en Estados Unidos los grandes premios literarios les son esquivos. Siempre ha sido así. Solo unos pocos han sido reconocidos internacionalmente –pienso en los casos de Antonio Orlando Rodríguez y Daína Chaviano, premios Azorín 1998 y Alfaguara 2008, respectivamente. Tal vez por eso cuando el pasado noviembre se anunció que Turcos en la niebla (Alianza Editorial, 2019), de Enrique del Risco, era la obra ganadora del XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, un amigo escritor me comentó: “Tiene que ser muy buena para que la hayan premiado en España”. Tras leer la novela comprobé que la conjetura de mi amigo era cierta, solo que se había quedado corto en su presunción: Turcos en la niebla es mucho más que una magnífica primera novela; es un libro necesario, imprescindible, que viene a llenar un enorme vacío en la literatura cubana del destierro.

Siguiendo el modelo faulkneriano de Mientras agonizo, donde la historia es contada a través de los sucesivos monólogos de sus protagonistas, Del Risco sitúa el centro de su relato en ese enclave cubano que se levanta a orillas del río Hudson, en New Jersey, y que comprende mayormente las ciudades de Union City y West New York. A esa comunidad van a recalar los cuatro narradores de la novela; cuatro náufragos de ese eterno buque yéndose a pique que es el castrismo: Wonder Recio, un carpintero que se atrinchera en su taller para evitar que sea embargado y que relata por Facetime su inminente encuentro a tiros con la policía; British, un crítico de arte que no es británico pero que siempre quiso serlo (hijo de diplomáticos, estuvo a punto de nacer en Londres durante la escala del viaje en que su madre regresaba a dar a luz en Cuba); Alejandra, una psicóloga argentina que habla como una camagüeyana (de joven fue llevada a la isla por sus madre guerrillera y adoptó aquel acento porque “de allí venían los cubanos que mejor hablaban”), y Eltico, un marielito jodedor que parece que nunca ha salido de su barrio habanero; un buscavidas con ínfulas de historiador local que goza de cierta ascendencia sobre el resto del grupo y que en sus primeros años de exilio militó en los grupos anticastristas más belicosos del área de New Jersey.

De esa pluralidad de perspectivas, donde las voces diferenciadas de los personajes van tejiendo una amplia red de significados en torno a la experiencia cubana del totalitarismo y el destierro, se deriva la excepcionalidad de esta novela: la primera apuesta por escribir –y si no es la primera seguramente es la más lograda– una historia sobre el destierro cubano que se adscriba al concepto de “novela total”. Vargas Llosa, uno de los principales teóricos de ese concepto, afirma que lo que diferencia a las mejores novelas cortas (La metamorfosis, Pedro Páramo) de la novela total (El Quijote, Guerra y paz), es que estas últimas tienen un valor añadido pues “abarcan más campos de la experiencia humana y representan la realidad en un abanico más matizado”. Esto se evidencia en la novela de Del Risco, y aunque vale la pena aclarar que si bien su estrategia narrativa responde a la estética de la fragmentación –en contraste con el narrador omnisciente de la novela total, lo que Vargas Llosa llama “suplantadores de Dios”–, su intención totalizante no decae en ningún momento. Es como si el autor hubiera encontrado un Aleph (un Aleph del destierro cubano) en la trastienda de una bodega latina de la avenida Bergenline –la principal de Union City– y ahora lo muestra en forma de libro para que sus compatriotas no olviden lo que ha sido su vida en los últimos sesenta años.

Así, con la simultaneidad del artefacto borgeano, por las casi quinientas páginas de la novela desfilarán militantes de la Revolución Latinoamericana junto a combatientes de Omega 7 (grupo armado de las primeras décadas del exilio cubano); marielitos de motes singulares (Albertico Maldad, Miguelito Plastimén) junto a “extranjeros convertidos a la cubanía” (o sea, casados con una mulata); traficantes de arte cubano y cubanos del llamado exilio histórico, encarnados tiernamente en la figuras de Ingrid y su apocalíptico esposo Manolo. Y es que Turcos, sobre todas las cosas, es una hilarante sátira política, histórica y de costumbres, impregnada de esa visión posnacional que distingue a gran parte de la literatura cubana que hoy se escribe fuera de la isla. Visión que se resume, con amargura, en los reproches de British hacia su madre: “Lo que no le perdono, al menos en esta encarnación, es obligarme a nacer en aquella isla abominable’.

El crítico español Castany Prado afirma que el personaje principal de la literatura posnacional es “el desubicado”, “el desarraigado”, un ser condenado a un “malditismo identitario” que le impide expiar el pecado original de haber nacido en un lugar que ahora aborrece. Por eso Alejandra afirma que ella y sus amigos van por el mundo como “turcos en la niebla”, que es como le llamaban en Argentina, en el pasado, a los inmigrantes del Medio Oriente que deambulaban sin rumbo por los campos. Escrita con extraordinario ingenio e inteligencia, Del Risco nos sorprende con una valiosa novela que contribuirá a despejar esa bruma, esa niebla, en la que han vivido los cubanos por tantas décadas. Estamos ante uno de los libros más importantes de la literatura cubana de los últimos tiempos.

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