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“La máquina de hacer españoles”, orgullosamente lusitana.

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Con una novela cuyo extravagante título parece evocar el esencialismo español cultivado por los escritores de la llamada generación del 98, el joven novelista portugués Valter Hugo Mãe recibió hace tres años el reconocimiento unánime de la crítica literaria de su país. Los pesos pesados de la narrativa lusitana, José Saramago y António Lobo Antunes, no escatimaron elogios hacia el autor, a quien seguro identificaron como uno de su casta, digno continuador de una tradición literaria cuyo referente obligado continúa siendo el gran poeta y narrador Fernando Pessoa. Lo cierto es que la novela de Mãe, a pesar de su título, poco tiene que ver con los españoles y mucho con los millones de hombres y mujeres a quienes les tocó vivir durante el largo período dictatorial de António de Oliveira Salazar, fundador del Estado Novo portugués, una especie de fascismo light que tuvo como modelo al régimen corporativista italiano de Benito Mussolini. Pero La máquina de hacer españoles, publicada ahora en español por Alfaguara, resulta, sobre todo, una sorprendente reflexión acerca de lo que para Simone de Beauvoir constituía uno de los grandes tabúes de la sociedad occidental, ese “secreto vergonzoso” sobre el que la literatura nunca se ha atrevido a hablar con completa honestidad: la vejez y sus miserias.

Al adentrarse en esta insólita “máquina” el lector descubrirá un detalle en su mecanismo que los poco dados a la experimentación literaria encontrarán un tanto desconcertante: el autor subvierte las reglas gramaticales en el uso de las mayúsculas y prescinde de éstas aun en la escritura de los nombres propios de los personajes. Pero hasta ahí llegará el afán innovador de Valter Hugo Mãe. El resto de la historia –narrada en primera persona por “el señor silva”, un anciano de ochenta y cuatro años que tras quedar viudo tendrá que pasar el resto de sus días en un asilo– está contada con la descarnada sinceridad y la lúcida ironía que contribuyó a la grandeza de clásicos como el Lazarillo de Tormes y Don Quijote. El tono narrativo queda establecido desde las primeras páginas, cuando el protagonista, con su peculiar mordacidad, relata su arribo al asilo de ancianos: “Me cogieron y me llevaron a la residencia con dos bolsas de ropa y un álbum de fotografías. después, esa misma tarde, se llevaron el álbum porque creían que solamente iba a servir para que yo cultivara el dolor de perder a mi mujer. después, aún esa misma tarde, trajeron una imagen de la virgen de fátima y dijeron que con el tiempo yo adquiriría un credo religioso, aprendería a rezar y salvaría así mi alma”. Posteriormente nos enteramos que “el señor silva” ha renegado de su fe debido a la alianza de la iglesia católica de Portugal con el régimen de Salazar.

Pero el tono descarnado de la novela de Mãe no significa necesariamente que ésta sea una obra pesimista. Todo lo contrario. A los seis días de ser admitido en el asilo, período en que no intercambió una sola palabra con el resto de los inquilinos, “el señor silva” rescata de una muerte segura al “señor pereira”, un anciano despistado que está a punto de caer al vacío desde un segundo piso. Después, para aliviar las penas de amor de “la señora marta”, una Penélope septuagenaria que siempre aguarda ilusionada las cartas de un esposo que jamás regresará, “silva” asume la identidad de éste y escribe una misivas que le devolverán la esperanza a la pobre mujer. Otras veces son las estrafalarias historias de algunos de los residentes de “la edad feliz” –así se llama el hospicio– quienes le devuelven la sonrisa al protagonista. Entre éstas se destaca “la señora leopoldina”, quien en su juventud perdió la virginidad en un encuentro fortuito con el futbolista peruano Teófilo Cubillas, jugador insignia del club Oporto durante la década del setenta. La mujer tiene un póster de Cubillas en su habitación y para ella los residentes de la edad feliz se dividen entre oportistas y benfiquistas, los fanáticos de los dos equipos más importantes de la Liga Portuguesa. Otro de los personajes más celebres de la residencia es “esteves”, un viejito de casi cien años que alega ser la persona en quien se inspiró Fernando Pessoa para concebir al “Esteves sin metafísica” que se menciona en su famoso poema Tabaquería, de 1928. “El señor silva” no se traga el cuento, pero “pereira” lo cree a pie juntillas: “esteves, cuenta aquí al señor silva como te metiste en un poema de fernando pessoa”.

Es evidente que Mãe convierte a “la edad feliz” en un trasunto de la historia reciente de Portugal. La soledad de sus residentes nos hará recordar una frase tristemente célebre del dictador Salazar, pronunciada cuando el régimen se negaba a realizar las reformas democráticas que le pedía la comunidad internacional: “Estamos orgullosamente solos”. Y es que Portugal llegó a ser una nación tan provinciana durante ese tiempo, aun respecto a sus vecinos españoles, que “el señor silva” llega a exclamar en un momento: “Portugal aún va a ser una máquina de hacer españoles […] con ganas de volver a casa, para tener mejor casa, mejores salarios, una dignidad a lo grande y no esta cosa casi cayéndose al mar”. Los lectores de Miami se sentirán particularmente identificados con esta historia, pues muchos provienen de países que, por sus condiciones políticas y económicas, se convirtieron en formidables máquinas de hacer estadounidenses.

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