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"Crema Paraíso", el edén según Camilo Pino

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Los revolucionarios, como los fanáticos religiosos, aspiran a conquistar un paraíso hecho a la medida de sus delirios. De ellos también se espera –aquí no hablamos de una virtud innata– la disposición a sacrificarlo todo por la causa. En caso de una muerte heroica, la posteridad podría premiarlos con una imagen cristológica: el cadáver del Ché en el hospital de Vallegrande. Altruismo y compromiso son la esencia del ideal revolucionario latinoamericano, celebrado en épocas más gloriosas por un ejército de poetas que tenía su cuartel general en la Casa de las Américas. Sobre poetas comprometidos, la vanidad literaria y la impostergable conquista del paraíso en la tierra trata la novela más reciente de Camilo Pino: un tema muy serio que el escritor venezolano aborda con total desfachatez. Cabe destacar que además del título de su novela, Crema Paraíso (CP) (Alianza, 2020) es el nombre de una famosa heladería de la capital venezolana.

Si en la Caracas de los setenta alguien quería iniciarse en la vida literaria, solo tenía que darse una vuelta por el Bulevar de Sabana Grande y asistir a una de las tantas tertulias que se celebraban en su bares. Es lo que hace Alfonso Dubuc, aspirante a poeta y protagonista de Crema Paraíso. “Siempre había alguien que me encandilaba”, cuenta Dubuc al inicio de la novela. “Bastaba con que alguien abriera la boca para que yo sintiera que nunca podría escribir como él”. Se refiere a importantes figuras de la literatura venezolana como Adriano González León, Caupolicán Ovalles y el Chino Valera Mora. La poesía combativa de este último ejercerá una fascinación especial sobre Dubuc, lo que convertirá al carismático autor de 70 poemas estalinistas en su modelo literario (les aseguro que el título del poemario no es una invención de Camilo Pino). En una de esas tertulias Dubuc recibe una invitación para leer sus poemas en Calicanto, la quinta donde Antonia Palacios dirige su célebre taller literario. Allí, entre pinturas de Reverón, Poleo y Michelena, saboreará por primera vez las mieles del éxito.

Crema Paraíso está contada desde una primera persona cercana al tono intimista de las autobiografías literarias. Encerrado en el baño de su casa, parado frente a un espejito que le devuelve su rostro octogenario –junto a su debilidad por las limonadas frappé de CP, la tendencia a la reclusión es una de las tantas rarezas del poeta–, Dubuc repasa los episodios más importantes de una carrera avalada por el Premio Reina Sofía, múltiples biografías e importantes estudios sobre su obra. Eterno candidato al Nobel de Literatura, gran parte de su prestigio se lo debe a un poema titulado Instituto Postal Telegráfico, que por su combinación de elementos metafísicos y cotidianos recuerda al célebre Tabaquería de Pessoa. Otro hito en la carrera del poeta es un viaje que realiza a Cuba en los años ochenta, invitado por la Casa de las Américas. Allí, entre rones y mojitos, vivirá una aventura con Beata Schultz, una académica de Alemania Oriental que es la mujer más influyente en la literatura hispanoamericana después de Carmen Balcells. Beata tendrá un papel decisivo en su trayectoria literaria, hasta que un día cae en desgracia y desaparece de su vida. Décadas después Dubuc es invitado a participar en un exitoso programa de la televisión alemana que se dedica a buscar gente desaparecida y reunirla con su familia, antiguos novios o amigos. Los requisitos: que los participantes convivan durante semanas en una casa cuyos inquilinos en este caso serán el poeta, su hijo Emiliano –un cuarentón inútil que odia los libros–, la desaparecida Beata y su hermosa hija Ulrika.

Pocos escritores venezolanos manejan el humor como Camilo Pino. En esta ocasión el novelista crea un espacio simbólico, el reality show, que se manifiesta como una metáfora de la ciudad letrada latinoamericana durante los años setenta y ochenta. ¿Qué diferencias existen entre el reality berlinés donde Dubuc se ha reencontrado con Beata y el “show” habanero donde la conoció? Muy pocas: ambos tienen lugar en una casa –la de las Américas en el caso cubano–; los participantes son observados a toda hora y bajo ninguna circunstancia deben abandonar sus confines: Big Brother Retamar is watching you! A través de la visión creativa de Dubuc –infantil, instintiva y caótica– Pino también parodia los postulados literarios de una época en la que los poetas debían erigirse en oráculos del dios-pueblo. Ni los críticos más agudos sospechan que la principal influencia en su obra no proviene de Marx, Neruda o el guevarismo, sino de la lectura apasionada de las obras completas de Condorito. Otro tanto ocurre con el díscolo Emiliano, quien a pesar de odiar la literatura y pasarse los días jugando Candy Crush, por momentos parece ser el verdadero artista. El antiintelectualismo del autor llega al escarnio cuando el hijo del poeta le explica a Beata las características del juego. Lo que sale de su boca es un ars poetica que deslumbra a la exacadémica como seguramente antes lo hacía la poesía de Benedetti y Cardenal. Crema Paraíso bien pudo titularse Calibán vs. Candy Crush.

Como ocurre con las novelas de Saul Below o Eudora Welty, una de las grandes virtudes de la literatura de Camilo Pino es su capacidad de hacernos felices. La otra es brindarnos la posibilidad de reírnos de nosotros mismos y de los desvaríos de una época que para algunos no ha terminado. Tras leer Crema Paraíso he recordado una frase del prólogo con que Walker Percy, hace ya muchos años, le daba la bienvenida a La conjura de los necios, de John Kennedy Toole: “No es posible que sea tan buena”. Lo mismo habría que decir de la novela de Pino, agregando que solo es comparable a una limonada frappé en pleno verano caraqueño.

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