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'Zenobia Camprubí, la llama viva', la más completa biografía de quien fuera mucho más que la esposa del gran escritor.

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Cuando se habla de Juan Ramón Jiménez, resulta inevitable hacer alusión a un tema que de tanto repetirse se ha convertido en un lugar común: a pesar de la calidad de su obra y su enorme influencia, al “andaluz universal” se le ha leído mal y poco. Un largo exilio, la malquerencia de sus contemporáneos y su complejísima personalidad, han contribuido a la visión parcializada que por mucho tiempo se ha tenido del poeta que en 1956 recibiera el Premio Nobel de Literatura. Esa visión sesgada ha motivado que el mejor Juan Ramón, el de su etapa “suficiente o verdadera” (coincidente con su exilio americano: 1936-1957), haya quedado opacado por la imagen de poeta demodé asociada a las exaltaciones líricas de sus comienzos.

En los últimos años, afortunadamente, varios estudiosos se han dado a la tarea de recuperar y difundir la extensa obra que Jiménez escribió en Cuba, Estados Unidos (en nuestro Coral Gables) y Puerto Rico. Esa labor de investigación también se ha hecho extensiva a la persona más importante en la vida del autor de Platero y yo: Zenobia Camprubí (1887-1956), la extraordinaria mujer que por más de cuarenta años fue su sostén y guía, lo cual no impidió que desarrollara una exitosa carrera como mujer de empresa, traductora y académica, además de ser una de las pioneras del feminismo español y escritora por derecho propio. Esta última faceta de su vida tal vez sea lo que más le interesa destacar a Emilia Cortés en Zenobia Camprubí: La llama viva (Alianza Editorial), la más completa biografía publicada hasta el momento de quien fuera mucho más que la esposa del gran escritor moguereño.

Con ese propósito Cortés incluye en su libro un extenso apéndice de textos que dan cuenta de la escritura de Zenobia a lo largo de los años. La biógrafa nos recuerda que para alguien que había renunciado a “fomentar espejismos” (así opinaba Zenobia sobre su vocación literaria) con el propósito de “facilitar lo que ya era un hecho” (impulsar la carrera de su marido), escribir diez tomos no es una cantidad en absoluto desdeñable. Las cartas y los extractos de los diarios que componen el apéndice nos permitirán conocer de primera mano la personalidad de Zenobia y la evolución de su pensamiento a lo largo de su vida. Una entrada del diario de juventud, por ejemplo, escrita cuando iba a cumplir veintiún años, da cuenta su personalidad voluntariosa y de la férrea disciplina que marcó su existencia: “Durante un año entero levantarme a las 7.30, descansar una hora al día, leer dos horas y escribir dos horas […] Cuando se decida una acción, empezar inmediatamente. No hacer excepciones o concesiones a la regla una vez que se tiene”. Igual de reveladora resulta una carta dirigida a su amiga María Martos, redactada por los mismos días en que conoce a Juan Ramón y en la que expone su visión del matrimonio: “Yo soy la clase de mujer que no se casa. ¡Qué le vamos a hacer! Todavía no he visto al hombre que me pudiera hacer más feliz de lo que creo poderlo ser siendo soltera”.

En cuanto al relato biográfico como tal, éste sigue el devenir cronológico de una vida alterada por el estallido de la Guerra Civil española y el posterior exilio de la pareja. De madre puertorriqueña y padre catalán, Zenobia nació en Malgrat de Mar, cerca de Barcelona, y pasó su primera juventud en Nueva York junto a su madre, quien descendía de una acaudalada familia de hugonotes franceses radicada en Estados Unidos. Junto a la historia del contrariado noviazgo entre Zenobia y el poeta –aquejado de trastornos neuróticos, la madre de Zenobia creía que Juan Ramón no era el mejor partido para su hija–, los capítulos dedicados a describir el ambiente cosmopolita en que creció la joven resultan de lo más logrado del libro.

El tono narrativo de estos pasajes, con el trasfondo del Madrid y el Nueva York de principios de siglo, nos hace pensar por momentos que estamos leyendo una novela de época, un relato de costumbres. Como si fueran los protagonistas de una historia de Jane Austen, llama la atención la cantidad de cartas que Zenobia y Juan Ramón se escriben a diario. Especialmente reveladora resulta una misiva en que la señorita Camprubí, exasperada con el carácter apocado del poeta, lo conmina a que cambie de actitud: “¿Por qué está Ud. siempre con esa cara de alma en pena?”, escribe, y después de recomendarle que se vista de torero y salga a piropear “a las inglesas feas” de la calle Sierpes, le espeta: “Yo le voy a curar a Ud. de raíz, pero de raíz”.

¿Pudo Zenobia cumplir con la promesa de “sanar” a su marido? La respuesta es no, aunque como lo reconoce la propia escritora en su Diario de Estados Unidos, de no ser por ella Juan Ramón tal vez no hubiese llegado vivo a los setenta y seis años, lo cual significa que los dos monumentos poéticos más importantes dedicados a la ciudad de Miami, Romances de Coral Gables y Espacio, jamás hubiesen sido escritos.

A Jiménez le otorgan el Premio Nobel de Literatura el 25 de octubre de 1956. Dos días después, en la clínica Mimiya, de Santurce, muere Zenobia. En el discurso de agradecimiento del premio, leído por Jaime Benítez, rector de la Universidad de Puerto Rico, el poeta escribió lo siguiente: “Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio”. Escribir esta biografía, como lo ha hecho Emilia Cortés, es hacer justicia a las palabras del poeta.

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