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Miami 2017

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En la década de 1970 la ciudad de Nueva York estuvo al borde de la quiebra. Años de torpe manejo fiscal y excesivo gasto público convirtieron a la Gran Manzana en la Ciudad del Miedo. Cientos de obras de infraestructura fueron abandonadas y los barrios más pobres de la ciudad sucumbieron ante la plaga de la droga. El espectacular apagón de 1977, con su terrible saldo de saqueos, incendios y la detención de casi cuatro mil personas –el mayor arresto colectivo en la historia de la ciudad–, fue el amargo colofón de una década marcada por la desesperanza y la frustración. Inspirado en ese panorama desolador, el gran compositor y cantante Billy Joel escribió por esos años una canción donde un nostálgico neoyorquino le cuenta a su descendencia, desde un entonces lejano año 2017, la destrucción total de la ciudad que muchos consideran la capital del mundo. La canción apareció en el cuarto disco de Joel, Turnstiles, y se titula Miami 2017 (Seen the Lights Go Out on Broadway). A pesar del título, Miami solo tiene una presencia accidental en la letra de la canción: al final de la pieza se nos revela que la Florida es el sitio donde todos los neoyorquinos han buscado refugio tras la destrucción de Manhattan.

Afortunadamente la visión apocalíptica de Billy Joel no se cumplió. Hacia finales de la década de 1970 los neoyorquinos evitaron el default y a partir de ese momento la ciudad comenzó a recuperar su antiguo esplendor. Eso sí, cada vez que una nueva catástrofe se ensañaba con la ciudad –los ataques terroristas del 9/11; la tormenta Sandy– la popular canción de Billy Joel cobraba actualidad y no faltaban los que comparaban la capacidad visionaria del famoso cantante con la de un Ray Bradbury o Philip K. Dick, grandes maestros estadounidenses de la ciencia ficción. Lo que sí se ha cumplido, para orgullo de los miamenses, es el carácter de ciudad-refugio que Joel le atribuye a nuestra ciudad en su canción. A través de los años miles de inmigrantes de América Latina han escapado a catástrofes de todo tipo –ideológicas, económicas, naturales– y han hecho del sur de la Florida su nuevo hogar. Hace poco volví a escuchar el memorable tema del compositor neoyorquino y descubrí con regocijo su extraordinaria vigencia.

De alguna manera en Miami muchos nos parecemos al protagonista de la canción de Joel: nostálgicos por la vida que dejamos atrás; aliviados de haber escapado a la “catástrofe” que motivó nuestra partida. En el futuro, desde sus hogares en el Doral, Kendall o Westchester, cuántos exiliados venezolanos no les hablarán a sus nietos del día que tuvieron que refugiarse en las aguas del río Guaire, en Caracas, mientras la Guardia Nacional Bolivariana los reprimía con sus escopetas de perdigones y gases lacrimógenos. Cuántos puertorriqueños –en Homestead, Miramar o Miami Beach– rememorarán el aciago día en que el huracán María atravesó la isla y los dejó, como al Broadway de la canción, completamente a oscuras. “Cada lectura implica una actualización de la obra”, decía el crítico alemán Hans-Robert Jauss al explicar su teoría de la recepción literaria. Lo mismo ocurre con las canciones. Seguramente Billy Joel quiso hacer de su pieza un himno a la identidad neoyorquina –entre otras cosas, algún crítico la calificó como una canción chauvinista–, pero la más acertada lectura que hoy podemos hacer de ésta es la de un hermoso homenaje al espíritu compasivo de nuestra ciudad. Qué mejor manera de despedir el año que escuchando Miami 2017. Ciertamente, Billy Joel tiene mucho de profeta.

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