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Jaspora. Capítulo VIII.

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Sueña que le lleva flores a Alicia al cementerio. Se la encuentra pintando con una brocha su propia tumba. Está pintando todo de rosado: la tumba, la lápida, la cruz y las rosas ya secas que le trajo en su última visita. «Alicia», la llama, y al voltearse la difunta comienza a beber del tarro de pintura. Entonces, como en uno de esos comerciales televisivos de medicamentos para la acidez, el torso de la mujer adquiere la apariencia de una gráfica médica donde se muestra el recorrido del líquido rosado, ahora también incandescente, por las vías digestivas. «Sweet pink», dice cuando termina de beber. «Lo único que cura el cáncer».

A Ramón lo invade una angustia muy grande y comienza a llorar. «Sweet Pink», repite Alicia: «Lo único que curará tu tristeza». Él intenta decir algo pero no puede. El llanto ahoga sus palabras y cuando le va a entregar las flores —unas margaritas blancas— descubre que no puede mover los brazos. «La próxima vez tráeme algo más fino», dice Alicia. «Un gladiolo, una orquídea, hasta un girasol. ¿Te acuerdas de aquel nursery de Homestead donde comprábamos nuestras plantas? Allí los veden preciosos».

En ese ínstate descubre, parado a un costado de la tumba, al doble haitiano de Louis Armstrong. El hombre comienza a cantar What a wonderful world —«see trees of green, red roses too…»— y Alicia termina vaciando sobre su cuerpo el resto de la pintura.

Sweet pink y Louis Armstrong —dice—. ¿Qué más se puede pedir en esta vida de mierda?

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