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El hombre y la tierra

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Pronto comenzarán las vacaciones de verano y como cada año por esta época recordaré una entrañable melodía. La compuso un señor llamado Antón García Abril, nacido en Teruel en 1933 y fallecido en Madrid el año pasado. ¿Anton who?, se preguntarán muchos lectores.

Podría decir que fue parte de la Generación del 51, el grupo de jóvenes compositores que cambió el panorama de la música clásica española durante la posguerra; que en 1993 obtuvo el Premio Nacional de Música y fue el encargado de componer el himno de Aragón en 1989.

Pero esos datos no significan nada para los cubanos que fuimos niños o jóvenes a finales de los años setenta y principios de los ochenta. Basta afirmar que García Abril fue el compositor de la banda sonora de El Hombre y la tierra –incluyendo el célebre tema del opening– y lo habré dicho todo.

Sí, hablo de aquella impetuosa melodía que parecía salir de las entrañas de África o del corazón del delta del Orinoco, donde el apasionado Félix Rodríguez de la Fuente rodó la primera y mejor temporada del programa. Cierro los ojos y casi puedo reconstruir mentalmente la secuencia de “la intro”: la pantalla dividida en recuadros donde se muestran fotogramas de hipopótamos y rinocerontes, de aborígenes de África y Sudamérica (estos últimos con las narices horadadas por un palillo), de pantanos cuarteados por la sequía y bandadas de ibis y espátulas que remontan el vuelo.

Asocio la llegada de las vacaciones con esa composición pues estoy seguro de que la serie se veía en Cuba durante la llamada “programación especial verano”. Cómo olvidar aquel episodio en que Rodríguez de la Fuente y su equipo rescatan una gigantesca anaconda que está en peligro de morir deshidratada. El naturalista la tiene sujeta por la cabeza y ante un descuido de éste la serpiente casi le clava los colmillos en la cara. O el capítulo en que la expedición sale en busca de los indios del Alto Orinoco, los Yanomamos, consumados ingenieros capaces de construir magníficos puentes entre las laderas de las montañas. O el dedicado a la exploración del Cerro Autana, la montaña sagrada de los indios Piaroas, y el Lago Leopoldo, donde ningún ser humano jamás había descendido.

Al día siguiente de emitirse el programa me iba al campo con mis amigos y reconstruíamos con lujo de detalles las escenas del último capítulo. Mi pueblo estaba rodeado de vegas de tabaco (espero que siga así) y por todas partes tropezábamos con mangueras de regadío que convertíamos en la indomable anaconda que casi deja sin rostro al naturalista. Otras veces nos íbamos a los ríos e imaginábamos que éramos intrépidos exploradores a punto de entrar en contacto con una ignota civilización de la amazonía venezolana. Siempre había uno de nosotros que imitaba la voz de Rodríguez de la Fuente y narraba la escena, pero a la hora de reproducir el tema de la serie, todos cerrábamos los puños y emitíamos unos sonidos percutivos que casi nos dejaban sin aire.

Mucho ha llovido desde aquella época en que los episodios de El hombre y la tierra hacían más llevaderos nuestros veranos en la isla. Rodríguez de la Fuente perdió la vida en un accidente aéreo, en 1980, y García Abril falleció el año pasado en Madrid, víctima del Covid. Lo más triste es que ahora, cuando hablamos de Venezuela, solo mencionamos a Chavez, a Maduro y a Cabello. Y pensar que hubo un tiempo en que, gracias al célebre programa, ese país nos parecía el reino de lo asombroso, de las aventuras y los misterios.

Pronto comenzarán las vacaciones de verano y volveré a recordar a los tamandúas, a los chigüires y al jaguar; al Cerro Autana, el Lago Leopoldo y el Río Apure. García Abril compuso una melodía que encarnaba el espíritu de aquella odisea que se llamó El hombre y la tierra. Para mí creó uno de los temas principales de la banda sonora de nuestra generación: un himno al espíritu aventurero y la inocencia.

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