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El Capitán y La Villareña.

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En mi adolescencia tuve un crush con Toni Tennille, la cantante del dúo Captain & Tennille. ¿La recuerdan? Do that to me one more time, once is never enough with a man like you. Do that to me one more time, I can never get enough of a man like you. Por varios años la pareja fue una presencia fija en los programas vespertinos de la “programación especial de verano” en Cuba.

Toni Tennille era la típica girl next door americana, esas que lucen hermosas con solo ponerse una camisa de franela a cuadros. Con esa apariencia uno hubiera creído que tuviera una voz delicada como la de Olivia Newton John y Debbie Gibson. Nada de eso. Toni Tennille tenía voz de negra. Voz de recogedora de algodón en el Delta del Mississippi. Un galillo capaz de provocar un terremoto 8.0 en la escala Richter.

La popularidad de Captain & Tennille se disparó en 1976 cuando el dúo llegó a tener su propio programa de televisión en la ABC; el mismo show que el ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión) se robaba por satélite y nos ofrecía como piltrafa cada verano. La recuerdo interpretando un número en que salía vestida de largo, con un traje satinado de tirantes y el cabello hasta la espalda (debían ser extensiones porque su estilo distintivo era un mushroom como el de Mireille Mathieu, cantante francesa con la que guardaba un gran parecido).

Pero mi crush con Tennille no estaba exento de cierto dramatismo, pues mientras más atraído me sentía hacia ella, más desprecio me provocaba su esposo. Bajo de estatura (debía darle por el hombro a la cantante), con su eterna gorra de marinero y un bigotito extemporáneo que le daba pinta de bodeguero, a mí no me cabía en la cabeza que aquella mujer se hubiera fijado en semejante personaje. ¿Cuándo cantaba “hazme eso otra vez”, era a Daryl Dragon —así se llamaba el Capitán— a quien se lo pedía?

Unos de aquellos días estivales en que esperaba ansioso la aparición de la Tennille, un amigo me sorprendió con una revelación impactante.

—¿Dicen que la jeva que canta con el tipo de la gorrita es cubana?

—¿Cubana? —pregunté yo, atónito—. ¿Estás seguro?

—Sí, de Las Villas. Un socio lo leyó en una revista española.

Como pueden imaginar, más allá de la reacción chovinista que tuve tras saber que la reina de mis veranos había nacido en el centro de la isla, la inesperada revelación elevó mi crush a una dimensión especulativa que hoy, con la distancia del tiempo, podría titular “primeras reflexiones sobre la condición cubano-americana de alguien que no vivía en el hyphen” (lo del hyphen por aquello que escribió Pérez Firmat).

Una de las primeras interrogantes que me planteé fue la siguiente: ¿Qué habría pasado con Toni Tennille si se hubiera quedado en Cuba? Pregunta que, ya en Estados Unidos, me haría muchas veces respecto a otras celebridades cubano-americanas: ¿A qué se habría dedicado Gloria Estefan si nunca hubiera salido de La Habana? ¿Oficinista en la OFICODA? ¿Y el compañero Juan Secada? ¿Instructor de arte en una Casa de Cultura? ¿Y Willy, nuestro Willy Chirino? ¿Vendedor de durofríos en la glorieta del parque de Consolación?

Cuando pensaba en el destino cubano de Tennille (entonces no sabía que existe una modalidad en la ficción llamada “historia alternativa”) lo primero que me venía a la mente era un tema de Irakere que estaba de moda en aquellos años: Rucu Rucu a Santa Clara. Específicamente recordaba lo que cantaba Oscar Valdés a mitad de la canción, algo así como que se iba en “colmillo blanco” pa’ Santa Clara, mamita rica, para el Parque Vidal, cosita buena, donde se reunía la juventud que estudiaba y trabajaba sin parar. Valdés, además de fundador y cantante de Irakere, era el chiva del grupo.

Yo escuchaba el tema de Irakere e imaginaba a Toni Tennille sentada en un banco del Parque Vidal leyendo el último número de la revista Opina, Somos Jóvenes o uno de aquellos cancioneros donde aparecía la letra de Hotel California y Dust in the Wind. ¡Qué país tan extraño! En cuanto a su perfil laboral, la veía (guitarra en mano) vinculada al movimiento de aficionados del ramo de la industria azucarera, cantándole al cumplimiento de una meta o componiendo aguerridas canciones donde no faltaban las palabras “metralla”, “surco” y “porvenir”. Pensándolo bien, si la familia de Tennille no hubiera salido por Camarioca (es un decir) tal vez la cantante hoy fuera la voz femenina de la Nueva Trova. ¡Imagínense el gran favor que nos hubiera hecho! Qué cubano que haya crecido en los setenta y los ochenta no ha tenido una de esas pesadillas en las que Sara González amenaza con comérselo vivo mientras canta aquello de… a los héroes.

Pasaron los años y olvidé al amor de mis veranos ochenteros —también al inefable Capitán y al rucu rucu delator cosita buena-mamita rica—, hasta que la semana pasada recibí una llamada que me transportó al pasado.

—¿Adivina quién te habla? — preguntó una voz que me pareció remotamente conocida—. Te voy a hacer una pregunta y enseguida vas a saber quien soy: ¿Por fin la cantante de Captain & Tennille era cubana?

No necesitó decir más. Mi amigo acababa de llegar de Cuba y quería que nos reuniéramos antes de seguir para Kentucky, donde vivía una hermana suya. Quedamos en vernos el domingo y le prometí que ese día le daría una respuesta definitiva.

Colgué y consulté en Wikipedia. Esto fue lo que encontré:

Tennille nació y creció en Montgomery, Alabama, y ​​tiene tres hermanas menores. Su padre, Frank, era dueño de una tienda de muebles y también sirvió en la Legislatura de Alabama de 1951 a 1954. Fue cantante con los Bob-Cats, de Bob Crosby. Durante cinco años su madre, también llamada Cathryn (de soltera Wright), presentó un programa diario de televisión en Montgomery.

Me sentí retrospectivamente estafado. ¿De dónde habían sacado los cubanos que aquella mujer era de Las Villas? ¿Quién, quiénes, eran los autores de semejante ficción? ¿Los espirituanos? ¿Los cienfuegueros? ¿Los pobladores de Rancho Veloz? ¿No les bastaba con que su provincia —división político-administrativa republicana— fuera la cuna de El Benny, de Laserie y Machín? Además, si alguien parecía cubano en aquel dúo era el Capitán. Busquen una foto suya y verán que tengo razón. Dice mi suegro que en Union City, allá por los años sesenta, había un carnicero igualito a él.

A pesar de mi promesa, el día que me reuní con mi amigo no pude decirle que Cathryn Antoinette Tennille era tan americana como el águila calva y los tractores John Deere. Me pareció una frivolidad hablar de esas cosas mientras él solo atinaba a describir lo mala que estaba la situación en Cuba: que si sus hijos pequeños estaban pasando hambre; que si la mayor se había casado con un italiano que le llevaba cuarenta años (vivía en Parma); que si a su madre le faltaba el captopril para tratarse la hipertensión y que a un amigo suyo lo habían matado para robarle unos dólares. “Yo no sé hasta dónde va a llegar la situación en ese país”, dijo poco antes de despedirnos. “Nacer en Cuba es una verdadera desgracia”.

Esta última frase se me quedó grabada y mientras conducía rumbo a casa pensé que tal vez sí era cierto que Tennille hubiese nacido en Camajuaní o Fomento. Como si se tratara de una esas situaciones estrafalarias que abundan en las novelas de Paul Auster —estrafalarias y pocos creíbles—, cabía la posibilidad de que la información que aparecía en Wikipedia fuera un texto apócrifo, una impostura con la que la cantante intentaba ocultar “la desgracia” de haber nacido en la isla. Después de todo, eso de hacernos pasar por americanos es algo que nos encanta a los cubanos, hayamos nacido en Guane, El Vedado o San Fernando de Camarones. Toni Tennille, ¿gringa apócrifa?, no será la primera ni la última.  

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