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Dwyane Wade: el legado de un héroe

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Wade se fue de Miami –Wade se fue del “Condado Wade”– y a mí me da por recordar la letra de Mrs. Robinson en la que Simon & Garfunkel se preguntan: “¿Adónde te has ido, Joe DiMaggio? Una nación vuelve sus ojos tristes hacia ti”. Joe DiMaggio: el legendario jardinero central de los Yankees de Nueva York; el ídolo neoyorquino que en 1941 rompió el récord de juegos consecutivos conectando hits –56 en total–; el héroe norteamericano que en 1943 interrumpió su carrera deportiva y prestó servicio militar por tres años; el caballero romántico que por el resto de su vida se aseguró que Marilyn Monroe tuviera flores frescas en su tumba.

A muchos les parecerá exagerado que compare a Wade con el “Yankee Clipper”, aunque en realidad no pretendo tal cosa. Es más, habrá quien argumente, con bastante razón, que los deportistas no merecen ser elevados a la categoría de héroes, salvo el caso de DiMaggio y otros más –Ted Williams, también pelotero; Joe Louis, boxeador, y Pat Tillman, jugador del fútbol americano– que en algún momento renunciaron a sus carreras por defender una noble causa (a Tillman le costaría la vida). Lo cierto es que mucha de la heroicidad que asociamos con el deporte está alimentada por una retórica publicitaria que recurre al argot bélico para exaltar a los fanáticos. Cuando dos clubes se enfrentan se produce “un choque de escuadras” o “un duelo a muerte”, mientras que en las gradas los fanáticos, al ritmo de los acordes tenebrosos de Hell’s Bells (AC/DC), se pintan los rostros como si fueran guerreros sioux.

De lo que me interesa hablar es de otro sentimiento: de esa relación familiar que a través de los años se va estableciendo entre los amantes del deporte y sus ídolos, entre una comunidad y sus atletas más queridos. Y es en esa dimensión donde quiero situar a Dwyane Wade y su paso por nuestra ciudad: una trayectoria que ha durado 13 años y que ha puesto a “Flash” al mismo nivel de Dan Marino, la otra gran figura en la historia del deporte miamense. ¿Cuántas veces en estos 13 años no nos reunimos en familia a ver un partido de “El Heat”? ¿Cuántos lazos no se forjaron durante ese tiempo entre padres e hijos; lazos que por el resto de sus vidas serán parte de su imaginario afectivo? Cuántos inmigrantes recién llegados no descubrieron su sentido de pertenencia a esta ciudad aquella gran noche de 2009 en que, tras lograr un tiro de tres puntos en el último segundo, Wade se subió a la mesa del apuntador y les grito a los fanáticos: “¡Esta es mi casa!”.

Pero hay más, y esto es lo más importante. La misma semana que Wade anunciaba su traslado a los Bulls de Chicago, tres trágicos sucesos estremecían a nuestra nación: la muerte de dos afroamericanos a manos de la policía, en circunstancias más que sospechosas, y el asesinato de cinco profesionales del orden en la ciudad de Dallas. Entonces acudieron a mi mente las imágenes que mejor definen el legado de “D-Wade” en nuestra comunidad: las multitudinarias celebraciones de los miamenses frente al Miami Arena –anglos, haitianos, hispanos, afroamericanos–, todos juntos festejando los tres campeonatos que el “número tres” nos regaló, haciendo posible lo que ni los políticos locales, ni nuestro presidente, ni los actuales candidatos a la presidencia pueden lograr: la armonía y el civismo en nuestra sociedad.

Ojalá que el espíritu de ese “Wade County” de todos, el de las celebraciones, se quede por mucho tiempo en nuestros corazones como un escudo contra los prejuicios y el fanatismo. Tal vez es cierto que los deportistas, más allá del ruido publicitario, y a pesar de sí mismos, terminan muchas veces convirtiéndose en nuestros héroes. La semana que “Flash” se marchó, en medio de tanto horror, no me quedó más remedio que preguntarme: “¿Adónde te has ido, Dwyane Wade? Nuestra ciudad vuelve sus ojos tristes hacia ti”.

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