'Cuba en mi memoria', de Manuel C. Díaz: artículos y crónicas contra el olvido.
Manuel C. Díaz no necesita presentación. Durante más de treinta años ha publicado reseñas de libros y discos, artículos de opinión y crónicas de viaje en El Nuevo Herald. Su inagotable labor periodística es legendaria —recuerdo haber leído hasta tres escritos suyos en una edición dominical del periódico. Ese día, medio en broma, medio en serio, le dije que me recordaba a Pedro Camacho, el prolífico escritor de radioteatros de La tía Julia y el escribidor, la novela de Mario Vargas Llosa. Su abundante producción periodística nunca ha estado reñida con la excelencia. Todo lo contrario. Junto a la alta calidad literaria de sus trabajos, siempre ha sabido escoger temas relevantes para sus lectores. Los que quieran corroborar lo que digo, acaba de publicarse Cuba en mi memoria: república, castrismo, exilio (El Alteje, 2025), una selección de los mejores artículos y crónicas que el escritor ha publicado a lo largo de los años.
Como se indica en el título, los escritos que aparecen en Cuba en mi memoria giran en torno a tres temas que se resumen en uno solo: el nefasto rumbo que tomó la nación cubana a partir del primero de enero de 1959. El hecho de que Díaz tenga una perspectiva única sobre los eventos que narra, ya sea como testigo, protagonista o por el acceso que ha tenido a ciertas fuentes, otorga gran relevancia a sus escritos. Es el caso de los artículos dedicados a analizar la represión castrista de los primeros años: los fusilamientos en la Fortaleza de la Cabaña —en el tristemente célebre Foso de los Laureles—, y los horrores del presidio.
Encarcelado en 1966 por intentar abandonar el país en una lancha, en la prisión el autor escuchó hablar por primera vez de Alberto Muller y Tomás Fernández Travieso, cuyas penas de muerte fueron conmutadas a última hora. Gracias a los testimonios de estas figuras, citados por Díaz en sus artículos, podemos conocer cómo fueron las horas finales de Virgilio Campanería, Efren Rodríguez López y Alberto Tapia Ruano, ejecutados en La Cabaña. Otra crónica que aborda este tema, pero desde una perspectiva distinta, es la dedicada a la serie de retratos con que el pintor y escritor Juan Abreu rindió homenaje a los fusilados por el régimen. Además de describir el proceso creativo de la serie, titulada “1959”, Díaz contrasta la actitud de Abreu con la de tantos artistas que permanecen indiferentes a los atropellos del castrismo.
Mención aparte merecen las crónicas que rememoran la experiencia del autor cuando, siendo apenas un adolescente, trabajó como ascensorista en el Habana Hilton. Resulta un acierto que estos escritos hayan sido incluidos en el libro, pues ofrecen, desde la intrahistoria, una visión de conjunto excepcional. En una de ellas, Díaz relata la ceremonia de inauguración del hotel en 1957 —a él le correspondió sostener en sus manos el libro de visitantes— y en otra cuenta cómo fue testigo de la entrada de los rebeldes en La Habana —8 de enero de 1959—, desde una habitación del cuarto piso. Como ascensorista, muchas fueron las ocasiones en que tuvo que conducir a Castro hasta el piso 23, cuartel general del dictador durante sus primeros seis meses en el poder. No cabe duda de que el famoso hotel emerge en estos escritos como trasunto de la nación cubana y si hay algo que reprocharle al autor es que no haya escrito más sobre el tema. Las anécdotas de Manuel C. Díaz en el Habana Hilton bien merecen un libro aparte.
Junto a artículos y crónicas que en su momento respondieron a temas de actualidad —la pandemia en Cuba, la llegada del crucero Adonia a La Habana o el humillante regreso de los peloteros Yasiel Puig y José Abreu a la isla—, aparecen otros que probablemente se conviertan en obligados documentos de consulta sobre el llamado “exilio histórico cubano de Miami”. En el futuro, cuando un sociólogo quiera saber lo que fue esta ciudad en la segunda mitad del siglo XX y principios del corriente, tendrá que acudir a crónicas como “La radio cubana de Miami” o “El exilio cubano y la nostalgia”. Con dedicación y talento, con la elegancia y el rigor que caracterizan su prosa, Manuel C. Díaz ha recopilado estos escritos para la posteridad. Hay que agradecerle que siempre haya tenido a Cuba en la memoria.