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Conozca a Alfredo Triff y al extranjero después (I)

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“Club Casino de la Playa”, 21 Broken Melodies at Once, 2000.

Steve Smith, de la revista Jazz Times, se ha referido al tema como apropiado para una película de David Lynch ambientada en Tijuana. Creo que el crítico se queda corto en su apreciación. Lo que Smith llama “sensibilidad noir” para mí es tragedia insular, fatalidad antillana, maldición caribeña.

La pieza comienza con unos acordes jazzeados –¿swing, foxtrot?– que recuerdan a “Midnight, the Stars and You”, el tema de Al Bowlly que se escucha en la fiesta fantasmagórica de The Shining. Los acordes se repiten como un disco rayado, como si retumbaran en el cráneo de un viejo exiliado cubano de Coral Gables (es probable que la grabación haya estado sonando en su cabeza por más de sesenta años).

La melodía nos remite a la Orquesta Casino de la Playa, la célebre jazz band que en la primera mitad del siglo XX amenizaba las noches en el Gran Casino Nacional. La orquesta fue fundada por Guillermo Portela en 1937 y tuvo entre sus integrantes a los cantantes Miguelito Valdés y Orlando Guerra (Cascarita), al saxofonista Liduvino Pereira y a un joven pianista matancero que con los años llegaría a ser famoso en el mundo entero: Dámaso Pérez Prado.

Pero la fiesta en la pieza de Triff dura poco: los metales sucumben a un sonido tremebundo que parece salir de las mismas profundidades del mar, como si una bestia de Blake –The Great Red Dragon– se hubiese transmutado en las distorsiones electrónicas de su violín. Algo catastrófico acaba de ocurrir en el Casino de Marianao.

Las musas de Aldo Gamba, en equilibrio al borde de la fuente luminosa de la entrada, son las primeras en sentir la presencia maléfica del maelstrom. Es tan poderoso el sonido que la vidriera transparente de la porte cochère se hace añicos, en la sala de juegos la ruleta se detiene y las pilastras dóricas del vestíbulo amenazan con desmoronarse.

Es como si Goya (el de los Caprichos), Buñuel (el de El ángel exterminador), Berg, Kubrick y Poe (La caída de la casa Usher, El demonio de la perversidad, El ángel de lo raro), hubiesen tomado por asalto la mente de Triff y lo convocaran a componer un réquiem por el fin del mundo cubano, por el ocaso de la civilización habanera. ¿O acaso el tema solo es una expresión musical de eso que llaman terror metafísico?

Esta fantasía expresionista tiene que ser uno de los temas más sobrecogedores y alucinantes que se hayan compuesto en la historia de la música cubana. Tras escucharla te embarga un desasosiego solo comparable al que sentimos cuando despertamos de un sueño en el que hemos regresado a Cuba o, lo que es peor, de una pesadilla donde somos condenados a vivir eternamente en la isla.

A través de la subversión del imaginario tropical cubano, Triff ha logrado un golpe de efecto extraordinario, originalísimo. Recomiendo hacer una visita a este “Club Casino de la Playa”, a pesar de sus efectos perturbadores y el peligro de que continúe sonándonos en la cabeza por el resto de nuestros días.

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