Arrollando con Rosie Inguanzo: crónica de la presentación de 'Viene regando flores: cubicherías y ornitologías'.
Estoy en casa y me preparo para asistir a la presentación del último libro de Rosie Inguanzo, un poemario titulado Viene regando flores: cubicherías y ornitologías (Editorial Casa Vacía, 2025). Antes de partir, mientras espero a que mi hijo termine su tarea, retomo la lectura de un libro de David Grossman, Escribir en la oscuridad. Curiosamente, el pasaje que leo trata sobre las lecturas públicas que ha hecho el autor israelí: “Son actos que generalmente tienen lugar a última hora de la tarde, ante un público ya no joven que asiste después de una jornada de trabajo”. Grossman comenta que al inicio de los eventos los espectadores casi siempre lucen cansados; sin embargo, cuando apenas han transcurrido unos minutos, “algo olvidado” aflora en sus rostros. “Hasta puedo imaginar cómo habían sido de niños”, agrega el escritor.
Una hora después, en la librería Books & Books, en Coral Gables, los escritores José Prats Sariol y Alejandro Ríos le dan el parabién al nuevo libro de Inguanzo. Sus presentaciones son muy breves: Prats Sariol lee el texto que escribió para la contraportada, donde “los artificios a disfrutar revolotean desde la gracia popular hasta el convite de erudición”; Ríos comenta que se trata de una “poética histriónica”, una suerte de “catarsis cubana, sin ambages, desaforada”. Es evidente que los presentadores no quieren demorar ni un solo segundo la comparecencia de la poeta.
Cuando Inguanzo comienza a hablar, parece que lo hace desde el jardín de su casa, que es el lugar donde ella y su esposo Alfredo, músico y escritor, agasajan a los amigos. Sospecho que su libro fue concebido en esa pequeña arcadia, donde “el violín buscavidas” mece al spanish moss, espabila a los sapos y hace más dulces los mangos —fertilizante dadá. La autora resume los motivos de su poemario, pero basta escucharla leer los primeros versos —"Me gustan las retahílas / y que la palabra suene”—, para hallar en ellos las claves de su poética, sus influencias: expansión espacial y sonora, ristra y resonancia, ecos conceptistas y camp neobarroco, leyendas y romance, antropomorfismo sonero —Arsenio y su tintorera; Saquito y su compay gallo—, orishas, carnaval y comparsa —La Jardinera, claro—, que es retahíla humana, ristra habanera. Y, por supuesto, su aviario cubano.
La vocación ornitológica de Rosie ya se anunciaba en su novela La Habana sentimental, donde el padre de la protagonista criaba “un gallito chino que es un primor y que parece un perro poodle bien acicalado”. Ahora, en Viene regando flores, “arrollan” en comparsa octosilábica algunas de las aves que habitan en el archipiélago cubano: la siguapa y el zorzal gato, “sodomita aprovechado”; la fermina y el cijú cotunto, “un mirón”; la paloma perdiz y el tocororo, que merece “un acápite especial”, entre otras. Y tratándose de un libro sobre cubicherías, en el poemario de Inguanzo no pueden faltar las menciones al “pargo” y la “cherna”, “que en Cuba no solamente son peces”. También, a manera de homenaje, les hace guiños complices a figuras como Severo Sarduy, “el pajarita letrado”, y a Bola de Nieve, “totí con cara de yo sí fui”.
Uno de los valores del libro de Inguanzo radica en su capacidad para arrancarnos una sonrisa o invitarnos a desentrañar las fuentes de una poética tan singular. Desconozco si la autora ha leído de forma agonística a sus autores tutelares —pienso principalmente en Quevedo, Sarduy y Cabrera Infante—, pero la presumible angustia de esas influencias no podía concretarse de mejor forma en su libro. De Quevedo, cuyo gusto por la representación animal proviene de la tradición petrarquista y virgiliana, hereda la predilección por los juegos de palabras, la intención burlesca, la expresión hiperbólica y la técnica de la acumulación: “Árboles cubanos son / ocuje y el roble blanco / baría, almácigo, ateje / cupey, yarúa, siguaraya / la majagua, la yagruma /el vomitel colorado”. De Sarduy y Cabrera Infante —la poesía de Inguanzo es muy narrativa—, le viene la musicalidad, la búsqueda de la palabra sonora y, sobre todo, ese artificio neobarroco que impide que sus versos caigan en un costumbrismo predecible.
Otra cosa es escuchar a Rosie Inguanzo leer sus poemas. Sería bueno que en ediciones venideras se incluya un QR code con acceso a esos momentos. Los que asistimos esa noche a Books & Books fuimos testigos excepcionales de esa experiencia, por eso en algún momento de la presentación recordé lo que había leído unas horas antes en el libro de Grossman. Para ese entonces, todo rastro de nuestra fatiga diurna también había desaparecido. Y lo más significativo: algo no olvidado, pero ciertamente esquivo, escurridizo, había aflorado en nosotros: eso que llaman “cubanía” (me pregunto si el sustantivo alguna vez sonó menos cursi). En todo caso hablo de una cultura, de un país —con gorriones y bijiritas, el tecent de La Copa y Reinaldo Arenas, Matías Pérez y Los Dandis— que a estas alturas solo se mantiene vivo, intacto, en libros como el de Rosie Inguanzo. Mientras se continuen escribiendo poemarios como este, la esperanza de recuperar a Cuba se mantendrá viva.