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“Antigua luz”, el brillo de la gran literatura

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Basta leer el comentario promocional que aparece en la contraportada de la última novela de John Banville, Antigua Luz (Alfaguara, 2012), para confirmar el estado de marginalidad en que se encuentra la buena literatura: “Merece vender diez veces más que Cincuenta sombras de Grey”, reza la cita, que si bien elogia al libro de Banville, usa al best seller de E.L. James como carnada para atrapar incautos lectores. Lo cierto es que en todo caso el nombre de Banville debiera aparecer junto a los de la gran familia de escritores irlandeses a la que pertenece –Joyce, Beckett, Shaw–, o al lado de los que son sus indiscutibles maestros literarios: Nabokov, Proust y Henry James. Que Cincuenta sombras sea utilizada como referente literario resulta, valga la redundancia, un hecho muy sombrío.

El narrador protagonista de Antigua luz es Alexander Cleave, un viejo actor de teatro quien vive acosado por el recuerdo de las dos mujeres que más ha querido en su vida: la enigmática señora Gray, casada y madre de su mejor amigo, con la que vivió un peligroso romance durante su adolescencia –él tenía quince años y ella treinta y cinco–, y la atormentada y sensible Cass, su hija, quien diez años atrás había sucumbido a la pulsión suicida que la consumía arrojándose al vacío desde un acantilado en la costa italiana de Liguria. Las circunstancias en que las dos mujeres desaparecieron de su vida –en el caso de la señora Gray, jamás ha llegado a saber su paradero– son enigmas que Cleave aún no ha podido descifrar. Es entonces que el actor recibirá la inesperada oferta de interpretar en el cine a Axel Vander, un “escurridizo” intelectual cuya biografía parece estar inspirada en la de Paul de Man, el crítico belga que junto Jacques Derrida puso de moda la “deconstrucción” en los círculos académicos norteamericanos y que hasta el final de sus días ocultó los artículos antisemitas que escribiera durante la Segunda Guerra Mundial. Alex Cleave acepta el papel y como parte de su preparación comienza a leer La invención del pasado, una biografía de Vander donde no sólo descubre que éste fue un impostor que le robó la identidad a un crítico literario ya fallecido –el verdadero Vander había sido otro– sino que podría tratarse del mismo hombre que acompañaba a su hija cuando ésta se quitó la vida a orillas del Golfo de Génova.

La intuición de Alex cobra aún más fuerza cuando se entera que la compañía cinematográfica que lo contrató ha utilizado los servicios de una especie de detective privada para dar con él, un simple actor olvidado que jamás pensó protagonizar una película. El nombre de la detective es Billie Striker, y aunque la mujer se presenta como cazatalentos de Pentagram Pictures, el señor Cleave se da cuenta que sus labores detectivescas no se limitan al medio artístico. Striker se ganará su confianza y para cuando comience el rodaje de la película éste le pedirá que lo ayude a esclarecer las circunstancias en que falleció su hija y cuál fue el destino de aquella señora que durante un verano inolvidable hizo que él le dijera adiós para siempre a la inocencia. Los recuerdos de su aventura erótica, por haber ocurrido tanto años atrás, conspiran contra la claridad de los hechos relatados y hacen de Cleave un narrador muy ingenioso, aunque poco fiable. Y es que la ambigüedad y la fragmentación son elementos inherentes a la narrativa de Banville, quien se autodefine como “un poeta que escribe en prosa” y a quien George Steiner ha catalogado como “uno de los mayores estilistas en lengua inglesa”.

Aunque el personaje de la señora Gray, como ha sugerido algún crítico, podría ser considerado una versión femenina de Humbert Humbert –el inolvidable personaje de Lolita, la verdadera influencia de Nabokov se percibe en el tono confesional y las pinceladas humorísticas con que está aderezado ese largo monólogo que constituye el relato del protagonista. En realidad el autor será muy cauteloso y evitará mostrar a Gray como una pervertida, al punto de que al final de la novela se revelará un secreto sobre su vida –el motivo de su desaparición– que a todas luces se trata de un intento de justificar la pasión de la mujer por el joven imberbe. Que el lector saque sus propias conclusiones sobre la dimensión moral de este hecho, pero de algo puede estar seguro: Antigua luz es una joya.

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