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Animalia

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Tengo un vecino que es el fanático más grande que he conocido a los programas televisivos de animales. Cuando yo estoy viendo el show de Anderson Cooper, mi vecino se está informando sobre la velocidad de desplazamiento de los canguros rojos. Cuando estoy viendo The Kelly File, mi vecino está descubriendo los extraños hábitos de apareamiento de las jirafas. No importa que el presidente Obama esté dando el discurso del estado de la Unión; no importa que Fox News o CNN estén pasando el debate de los precandidatos republicanos. A mi vecino sólo le interesa ver animales: animales cazando, animales procreando, animales pariendo, animales –tigres, leones, leopardos– pasándole la lengua a sus cachorros.

Yo sé de sus gustos televisivos porque todas las noches coincidimos en nuestro reparto cuando sacamos a pasear a nuestros perros: él a su yorkie, yo a mis pugs. Y todas las noches aprendo algo nuevo con mi vecino sobre el reino animal; algo que él aprendió la noche anterior en algún programa de Animal Planet: que la llegada de las mariposas monarcas a México coincide con el inicio del Día de los Muertos; que existen cinco subespecies de rinocerontes y que el de Java es el más pequeño de todos. Sospecho que en las noches mi vecino sueña con rinocerontes y mariposas. O con una nueva especie creada por él en el Animal Planet de sus sueños: rinocerontes-mariposa.

Después de nuestros paseos nocturnos mi vecino y yo regresamos a nuestros televisores. Él a la vida de los lémures, yo a la carnicería de Bashar al-Assad en Aleppo; él a la mirada grácil de los antílopes, yo a las decapitaciones de ISIS, a las mentiras sobre la tragedia de Iguala, a la represión contra las Damas de Blanco, a los maltratos a Leopoldo López, a las masacres en las escuelas de Estados Unidos y a la desgarradora imagen del niño sirio que, como un pez contaminado, apareció ahogado en una playa de Turquía.

Hace unas noches estuve hablando con mi vecino más tiempo que de costumbre. Estaba muy entusiasmado porque acaba de descubrir un programa “maravilloso”, una serie del National Geographic Channel donde se muestra la insólita amistad entre animales de distintas especies: un perro y un elefante, un cuervo y un gato, un hipopótamo y una tortuga. Cuando terminó de hablar hizo una pausa y se quedó mirando fijamente a su yorkie. Entonces, como si estuviera pensando en voz alta, me dijo que él siempre había querido tener un perro grande –un pastor alemán, un pitbull, un bulldog americano–, pero que por complacer a su esposa se había comprado aquel perrito que parecía de juguete, de mentirita. Parece que el animal se sintió aludido, porque en ese momento se sentó frente a su dueño y comenzó a ladrar insistentemente. Mi vecino es alto y grueso como un defensive tackle de fútbol americano, por eso cuando vi que levantaba al perro en peso y lo apretaba contra su pecho, me pareció que era yo el que estaba viendo un capítulo de ese nuevo programa que a él tanto le gusta. “A este animalito yo no lo cambio por nada en el mundo”, dijo entonces y, haciéndole una carantoña al perrito, agregó: “Parece una pulga, pero tiene un corazón tan grande como el de un elefante”.

Hace bien mi vecino en sólo ver Animal Planet.

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