Una oda a los Boney M.
En mi fiesta de fin de curso, en sexto grado, alguien se apareció con una grabadora Sanyo y un casete de los Boney M. Mi madre era subdirectora de la escuela y dejó que pasáramos la tarde bailando al ritmo de Brown Girl in the Ring. Lo de “dejar” implicaba un riesgo. Corría el año 1980 y no estaba bien visto que los pioneros despidieran el año escolar al ritmo de música americana (por americana se entendía todo lo que fuera música en inglés).
Han pasado más de cuarenta años y recuerdo el momento como uno de los más felices de mi vida. Una dicha que entonces, por mi corta edad, no podía comprender del todo. Era la primera vez que nos dejaban bailar música americana en público —¡lo que hace una madre por un hijo!— y solo después de muchos años entendí que aquel fue el primer acto liberador de mi vida. Los Boney M eran cuatro arcángeles caribeños que venían a salvar a los adolescentes cubanos del aburrimiento, la cantaleta latinoamericanista y un futuro cuasi norcoreano.
Liz, Marcia, Maizie y Bobby venían a rescatarnos de:
La grisura
De la era que estaba pariendo un corazón
Del majá que estaba debajo de la cama y amenazaba con picarnos
Del bacalao con pan nuestro de cada día
Del Chamamé a Cuba
De será mejor hundirnos en el mar (Milanés)
De la pelota revolucionaria
De Frei Betto & Gianni Mina
De la Antillana de Acero y sus sobreproducciones
De la cadena puerto-transporte-economía interna
Del coloso Urbano Noris y su compromiso revolucionario
De Retamar & Cofiño
De Fernando Birri & Ernesto Cardenal
De Cortázar y su matraca con Nicaragua
De En silencio ha tenido que ser
De Julito el pescador
De La marcha del pueblo combatiente
Del Concurso Adolfo Guzmán
De Mario Balmaseda interpretando a Lenin en El Carillón del Kremlin
De Lenin
De El Carillón del Kremlin
De las MTT, la FMC y la FEU
De la Revista Pionero y La Editorial Gente Nueva
De todo revolucionario debe saber tirar y tirar bien
De La marcha del pueblo combatiente
De ________
Ese día fui bautizado en las aguas del diversionismo ideológico, By the Rivers of Babylon, pero lo más extraordinario fue descubrir que a partir de entonces ya no tenía que ser como el Che. ¡Ahora sería como Bobby Farrell! Claro que entonces no sabía el nombre de aquel mulato que lo mismo se subía a un escenario con el torso desnudo, disfrazado de príncipe galáctico o embozado en una vistosa capa de plumas.
El nombre lo averigüé ya en Miami, cuando entendí el verdadero alcance de mi participación en la que ha sido la única danza iniciática de mi vida. Fue tanto mi entusiasmo retroactivo que un día entré a la página web del grupo y les escribí un correo contándoles cuánto los admiraba. También me dio por escribirles una oda, un pastiche literario del que solo llegué a escribir unos versos inspirados en Whitman. Es tan grande su contribución a la formación ideológica de la juventud cubana que en La Habana del futuro un teatro debería llevar su nombre. Mientras tanto, aquí van mis versos:
Por el Almendares y La Lisa,
por Vertientes, Arroyo de Mantua y Perico,
los chicos cantaban enseñando sus cinturas
y todas las muchachas querían ser Brown Girl in the Ring.
Cambiamos uniformes de pioneros por trajes galácticos
y aunque nunca entendimos lo que Farrell susurraba en sus canciones
—Oh Daddy Cool!— tampoco nos hizo falta.
¿Qué puedo yo cantarte, Bobby, si el poeta eras tú?