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Antonio Machín: Angelitos negros y mitología vasca.

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La película se titula El guardián invisible (2017) y la escena tiene lugar en una casa solariega del país vasco: es de noche y al fondo de un pasillo una pareja baila al ritmo de un bolero. Se trata de un flashback de la protagonista, una inspectora que regresa a su pueblo natal (Elizondo, Navarra) para investigar la extraña muerte de una joven cuyo cuerpo apareció desnudo en un bosque cercano. La pareja del flashback son los padres de la inspectora e intuimos que algo oscuro se oculta detrás de ese recuerdo.

El crimen de la chica es un misterio y algunos policías comienzan a atribuirle un carácter sobrenatural. Alguien menciona al Basajaun, un gigante peludo que según el folklore vasco habita en los bosques del Valle de Baztán. Pero lo que verdaderamente constituye un misterio para mí es la voz del intérprete del bolero que se escucha en el flashback.

Creo que la he escuchado antes, pero no logro ponerle un rostro. Parece salida de uno de esos programas dominicales de radio que siempre llevan el mismo título: Éxitos del ayer, Melodías de antaño. ¿Será cubano? Ya sé que el bolero es muy popular en España (hablo del género romántico cubano y no de la típica danza española del siglo XIX), pero su presencia en este caserón de sillería me resulta casi anacrónica. Me adelanto a buscar en los créditos (la película está en Netflix) y el misterio, “mi misterio”, queda develado: 

“ESPÉRAME EN EL CIELO”, interpretada por ANTONIO MACHÍN.

Ya puedo imaginar la reacción de un español ante mi ignorancia: ¿Cubano y no sabe quién es Antonio Machín? Valga decir que para los españoles que vivieron la posguerra (Machín vivió de 1939 a 1977 en su país, sin jamás regresar a Cuba), el cantante llegó a ser tan famoso como Sara Montiel, Salvador Dalí y hasta el mismísimo Franco. Lo apodaron “Su Majestad el Bolero” y en su libro Cancionero general del Franquismo, Vásquez Montalbán lo describe como la figura más emblemática de la canción sentimental de aquellos años. Se dice que fue el culpable de que la tasa de natalidad se disparara en España durante esa época, además de originar un dicho que ha pasado a formar parte del célebre refranero nacional: “Te mueves más que las maracas de Machín”.

En realidad mi primer encuentro con Machín, o más bien desencuentro, ocurrió en Cuba a finales de los años ochenta. Un amigo que estudiaba en La Habana se apareció en mi pueblo con Hotel, dulce hotel, el quinto disco de Joaquín Sabina, y quedamos prendados de la primera y mejor canción: Así estoy yo sin ti. El tema es una balada donde, a través de una cadena de símiles, un amante atribulado cuenta cómo se siente tras ser abandonado por su pareja: Extraño como un pato en el Manzanares; torpe como un suicida sin vocación; absurdo como un belga por soleares; vacío como una isla sin Robinsón.

Recuerdo que dos símiles se convirtieron en verdaderos enigmas para mí: “Furtivo como el Lute cuando era el Lute” y “negro como los ángeles de Machín”. Tuvo que pasar un año para que un tío mío me lo explicara (residía en California y estaba de visita en Cuba, pero vivía añorando el Madrid de su primer exilio). Me explicó con lujo de detalles la saga de El Lute, el criminal más buscado del tardofranquismo, pero cuando le tocó hablar de Machín y sus angelitos negros, comenzó a lanzar improperios contra el castrismo y su afán por borrar de la historia a los artistas que les resultaban incómodos.

¿Estaba Antonio Machín oficialmente prohibido en Cuba? ¿Pasaban sus canciones en esos programas dominicales a los que he hecho mención? Se lo he preguntado a varios amigos, pero ninguno ha sabido responderme. En algo sí hemos coincidido: es posible que alguna vez tocaran sus canciones en la radio, siempre en esos espacios relegados a las horas más soporíferas del domingo; es posible que lo mencionaran en algún libro o artículo de musicología, pero entre eso y reconocer la verdadera dimensión de su éxito hay una diferencia abismal. El triunfo de un cantante cubano en la España franquista, o en cualquier otra sociedad, era muy difícil de digerir para el régimen cubano. Que ese cantante fuera negro empeoraba las cosas.

Después del encuentro con mi tío no volví a saber del cantante y tampoco me enteré de su muerte, ocurrida un 4 de agosto de 1977. Pero tras el descubrimiento de su voz en El guardián invisible, y la vergüenza de no haber reconocido a “uno de los nuestros”, me di a la tarea de escuchar sus canciones e indagar sobre su trayectoria. Así me enteré de que en 2006 una estatua suya fue erigida en el Barrio de Santa Cruz, en Sevilla, y que además de rey del bolero, también fue conocido como "el más cubano de los españoles y el más español de los cubanos”. Para mí su nombre y su voz estarán siempre ligados a algo tan ajeno a nuestra identidad como la mitología vasca. Que lo haya escuchado por primera vez el mismo día que conocí al “yeti vasco”, nos da una idea del azaroso recorrido que ha experimentado la cultura cubana en las últimas seis décadas. Claro, de eso el Basajaun no tiene la culpa.

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