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Suzanne Vega y la literatura I: "Edith Wharton’s Figurines", Beauty & Crimes, 2007.

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Hace poco recorrí The Mount, la casa-museo de Edith Wharton (The Berkshires, Massachusetts), y recordé que alguna vez había escuchado una canción donde se mencionaba el nombre de la autora. ¿Quién la interpretaba? ¿Natalie Merchant, Alanis Morissette o Dolores O’Riordan? Una rápida búsqueda en Spotify me devolvió un nombre que había olvidado por completo: Suzanne Vega.

Vega conoció el éxito con Tom's Diner, un tema a capela que debió su popularidad, sobre todo, a un remix que en 1990 hizo el dúo britanico DNA. Como suele ocurrir con los one-hit wonder, la pieza ha opacado el resto de su obra, una mezcla de rock, folk y jazz en la que son frecuentes las letras inspiradas en la obra y vida de sus escritoras favoritas.

Tal es el caso de Edith Wharton’s Figurines, el tema con que Vega quiso llamar la atención sobre el sufrimiento, a veces fatal, que padecen las mujeres en su afán por conquistar la belleza ideal. En la letra la compositora establece una comparación entre las protagonistas de las novelas de Wharton, jóvenes aristócratas del New York de la Gilded Age, y la malograda Olvia Goldsmith, una autora de novelas satíricas que falleció por complicaciones relacionadas con una simple cirugía plástica.

“Las adorables figuritas de Edith Wharton todavía me hablan desde su repisa en el tiempo”, canta Suzanne Vega, pensando quizás en Lily Bart, la protagonista de The House of Mirth, quien a sus treinta años cree que ya es demasiado tarde para conseguir un buen partido. Esa fue tal vez la razón que llevó a Goldsmith a arreglarse su mentón, a pesar de ser una hermosa mujer y disfrutar de gran éxito profesional. Con su voz tierna, Vega se lamenta de que la escritora pensara que su belleza no era suficiente: “Ahora Olivia yace bajo los efectos de la anestesia”, canta la encantadora Suzanne. “Su ingenio y su chispa se han apagado en una operación de rutina”.

Como muchas de las protagonistas de sus novelas, y como la misma Olivia Goldsmith, Edith Wharton conoció el desamor de la forma más cruda. Nunca fue feliz en su matrimonio, que al cabo de veintiocho años sucumbió ante las crisis depresivas de su marido y las infidelidades de ambos. Pero a diferencia de Lily Bart y Goldsmith, Wharton siempre supo que la única belleza que se puede eternizar es la del arte, la de la literatura.

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