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'Eros y política' de Juan Abreu: el derecho a ofender y ser ofendido.

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Las asociaciones literarias son algo difícil de explicar. ¿O tal vez no? Por ejemplo, cada vez que Juan Abreu (La Habana, Cuba, 1952) publica un libro, lo primero que me viene a la mente es el célebre monolito de 2001: A Space Odyssey: los simios dando saltos a su alrededor, emitiendo gruñidos estrafalarios y tentados de tocar esa enigmática figura cuya presencia intuyen que oculta un secreto aún mayor. También pienso en un “objeto no identificado”, un artefacto inclasificable que cuando aterriza en nuestras manos provoca una mezcla de admiración, goce y desasosiego. Algo de eso tenían los artículos que en los años noventa Abreu publicaba en El Diario de las Américas, donde lo leí por primera vez. El tono de aquellos escritos, directo y descarnado, contrastaba con el resto de lo que allí se publicaba sobre Cuba y Miami. Desde entonces el autor cubano radicado en Barcelona no ha dejado de lanzar “objetos no identificados” al espacio, lo cual ha provocado que lectores y editores, encendidos nacionalistas y castristas furibundos, no hayan cesado de dar saltos y rezongar ante su presencia.

Eros y política es el nuevo libro de Abreu y probablemente el mejor de cuantos ha escrito hasta ahora. Concebido con una galería de “retratos eróticos” de políticos, periodistas y escritores españoles, si algo no se le puede reprochar al autor es el espíritu democrático de su selección. Por sus páginas desfilan conocidas figuras como Felipe González y José María Aznar; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y la recién fallecida escritora Almudena Grandes; un grupo considerable de independentistas catalanes y vascos –Oriol Junqueras y Marta Rovira; Mertxe Aizpurua y Andoni Ortuzar–, junto a personalidades tan disímiles como Pablo Echenique y Rosario Monasterios; Juan Carlos Monedero y Cayetana Álvarez de Toledo. Como diría un cursi (la frase es típica de Abreu): todos los colores del espectro político español.

En Eros y política cada una de las semblanzas está encabezada por un dibujo de la personalidad a la que está dedicada. Esas viñetas, que por su candor no llegan a ser caricaturas, se complementan y contrastan con las “sátiras juguetonas y ácidas”, con los “embelecos” o “divertimentos literarios” que se leen a continuación. Uno de los méritos del libro radica precisamente en la reivindicación y actualización de un género que tiene su origen en la antigüedad grecolatina y que en la literatura española de la Edad Media y el Siglo de Oro llegó a gozar de gran popularidad: el retrato satírico-burlesco. Abreu escribe con el peso de una tradición a cuestas, como el portador de un fuego liberador e irreverente – “candela” sería una acepción contemporánea y vulgar– que sobrevive en la obra de unos pocos autores.

Juvenal y Petronio; el Arcipreste, Lope y Quevedo; Valle Inclán, Francisco Umbral y Reinaldo Arenas, son la familia literaria de este autor cuya obra es consecuencia, en gran medida, de su rechazo a cierto tipo de escritura –“me molesta y aburre mucho el relleno, las mentiras de la literatura de ficción”, ha dicho Abreu en una entrevista reciente–, actitud que coincide con el agotamiento estilístico y la devaluación de la realidad que en otros tiempos hicieron posible la aparición de libros como las Rimas de Tomé de Burguillos (1634), de Lope, o El color del verano (1991), de Arenas

Sin embargo, y como afirma Abreu en la “nota del autor”, Eros y política no deja de ser un trabajo de ficción construido a partir de la impresión que le causaron “las proyecciones sociales y mediáticas” de las figuras retratadas. Es muy probable que a algunos el libro les parezca irrespetuoso –“los escritores no hemos venido al mundo a respetar”, dice Abreu que decía Arenas–, pero estoy seguro que muchos lectores puritanos se rendirán ante la capacidad fabuladora y la agudeza de su prosa (con la chispa erótica añadida). Además, junto a las invenciones léxicas y los insólitos hallazgos expresivos del libro –las “nalguitas aserejé” de Miguel Iceta, el “erotismo malvavisco” de Albert Rivera–, Eros y política está salpicado de provocaciones sintácticas como la ausencia de ciertos signos de puntuación o esos “peros” poco gregarios, indómitos, que ya casi constituyen un sello de la escritura del autor.

Juan Abreu trae a la literatura cubana, pero sobre todo a la española, el libro monolito Space Odyssey, el artefacto literario no identificado, el salto simiesco nacionalista y la rendición erótico-literaria del lector timorato. También trae el fuego que los chusmas llaman candela y los humanistas libertad, “el derecho a ofender y ser ofendido” (eso escribe Cayetana Álvarez de Toledo en el prólogo) y la audacia de exaltar la belleza femenina a riesgo de convertirse en el Salman Rushdie de estos tiempos.

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